sábado, enero 25, 2014

Esteban Fernández en Cuba en 1958: 1958: NI BATISTIANO NI FIDELISTA

Tomado de http://nuevoaccion.com

 1958: NI BATISTIANO NI FIDELISTA

Por Esteban Fernández
24 de enero de 2014


Políticamente 1958 fue un año muy difícil y confuso para mí. Era prácticamente un muchacho y lo que me molestaba primordialmente era la imposibilidad de estudiar tranquilamente porque en el Instituto se pasaban la vida “de huelga en huelga” y tal parecía que se estaba desarrollando una guerra civil en el país y yo no simpatizaba con ninguna de las dos partes en la contienda. No quería "vela en ese entierro", ni deseaba que los fidelistas me consideraran batistiano y mucho menos que los gubernamentales creyeran que yo era un revolucionario.
Yo tengo dos anécdotas demostrativas de mis deseos de no involucrarme en nada y de no tomar partido a favor de ninguno de los dos bandos en disputa.  Comencemos por este esfuerzo de mi parte por demostrar fehacientemente que no era fidelista: Junto a un grupo de muchachos regresaba montado en mi bicicleta de un viaje al Central Amistad. A la entrada del pueblo había una posta de soldados y guardias rurales. Ya de inmediato nos asustó que al frente de los uniformados estuvieran los famosos Pedro Soto, Dieppa y Prudencio Sosa Blanco. 

Con gestos agresivos nos detuvieron. Soto tomó la palabra y lanzó como diez preguntas al unísono.  La más importante era: “¿Quiénes son ustedes?”.  En esa época era una pregunta muy compleja de responder sencillamente porque a esa edad "no éramos nadie todavía" y la costumbre generalizada era simplemente decir: “Somos hijos de fulano y nietos de mengano.” 

No sé por qué motivo pero yo asumí el liderazgo respondiendo a las preguntas. Pero no fue una actitud valiente sino guatacona. Les dije: “Soy hijo de Esteban Fernández Roig, él es Procurador Público”... El capitán Sosa Blanco con mucha cordura se dirigió a sus subalternos y les dijo: “Yo sé quién es Esteban, él solucionó el retiro de un pariente mío, él es Auténtico pero no es enemigo nuestro”... Y Soto respondió: “Bueno, aquí hay mucha gente buena que tiene hijos muerde y huye”.

 Mis amigos se embullaron y comenzaron a identificarse: “Mi padre es director de la orquesta Swing Casino, mi abuelo Marín es maestro de azúcar del Central Amistad", y otro dijo "Mi padre es José Ángel Goyriena y es Alcaide de la cárcel”.

Y ahí yo di una serie de explicaciones innecesarias que parecían convencer a la soldadesca pero irritaba extraordinariamente a mis amigos. Aclaré hasta la saciedad que yo- ni mi padre, ni nadie en mi familia- simpatizaba con los revolucionarios.  Mi sincera descarga “anti-fidelista” logró que nos permitieran pasar. Y en ese momento dije tres palabras absurdas que fueron mal interpretadas por los guardias y por mis amigos. Al despedirme dije: “¡Salud, salud, salud!” remedando a Fulgencio Batista.

Los soldados pensaron que era una burla y mis amigos que se trataba de una adulonería inmunda. No me hablaron en una semana. Yo me defendía explicándoles que, simple e inocentemente, yo lo que quería era demostrar fehacientemente que no éramos parte de los que combatían al gobierno y poder salir del atolladero. En 1959 fusilaron a uno de estos guardias, a Pedro Soto. Yo, en ese momento, ya era radicalmente anticastrista y condené todos y cada uno de los fusilamientos. 

Y ahora les va otra anécdota completamente diferente que demuestra todo lo contrario y mi deseo que no me consideraran batistiano tampoco: Tranquilamente íbamos mi amigo Milton y yo caminando por la calle Máximo Gómez. De pronto el Jeep de la policía dio un frenazo al lado nuestro, se bajó Filiberto Navarro conocido como “Maravilla”.

Con temor le dije: “¿En qué podemos servirle Capitán, hicimos algo indebido?”... Sonriente el jefe de la policía nos dijo: “Nada de eso, al contrario, conmigo viene un fotógrafo de La Habana, deseo tirarme una foto con ustedes dos que será publicada en el periódico ‘Ataja’, quiero que todo el mundo sepa lo mucho que la juventud güinera me quiere”. Se colocó en el medio y nos puso los brazos por encima a ambos... Supongo que eso lo estaba haciendo con muchos jóvenes del pueblo.

Milton Sorí y yo nos miramos, y sin ponernos de acuerdo ni decir una sola palabra salimos corriendo despavoridamente huyéndole al terror, quizás infundado, de que Cuba entera nos considerara aliados de los batistianos. A lo lejos veíamos a “Maravilla” completamente atónito ante nuestra actitud insólita. 

 Creo que estos dos cuentos dejan demostrado que a los 14 años yo simplemente quería ser un muchacho tranquilo y feliz, y los acontecimientos en nuestro país no me permitieron ser ni una cosa ni la otra... Y ya ustedes saben que después la cosa se puso peor.